México es un país de contrastes. Por un lado, el país ha gozado en los últimos años de un crecimiento macroeconómico promedio del 4.O por ciento anual, es considerado como uno de los países de economía emergente con mayor desarrollo junto con China, India o Brasil; y aunque organismos como el Banco Mundial
[1] han señalado que el índice de pobreza extrema del país bajó del 24.2 al 17.6%, aún así encabeza, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la lista de naciones “ricas” con más altos niveles de pobreza infantil.
[2]Cifras del año 2005
[3]de dicho organismo internacional, revelan que en México seis de cada diez niños (24 millones en total) viven en pobreza, uno de cada cinco tiene desnutrición crónica, 2 millones no van a la escuela y 3 millones más de infantes tienen que trabajar.
No es de sorprender que las zonas más pobres se encuentren principalmente en el sureste mexicano. Un estudio elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
[4], explica que algunas comunidades de los municipios de Veracruz, Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Hidalgo y Puebla se encuentran, por su difícil acceso, y conformación étnica, entre los más pobres del planeta. Dicha conformación se refiere nada más y nada menos que a la población indígena.
En nuestro país existen 65 minorías étnicas, las cuales conforman cerca del 10% de la población nacional y donde casi el 90% de ésta vive en la pobreza. Según la misma UNICEF, en la mayoría de sus cerca de 25 mil comunidades, cerca del 56%, de los niños presentan desnutrición, es decir cuatro veces más que el promedio nacional, y la mortandad infantil es de casi el doble (48 por cada mil niños nacidos vivos comparado con 25 de cada 1,000)
[5].
En esas mismas comunidades, la mala distribución de alimentos, acceso a los servicios públicos como agua potable, electricidad y salud pública, hacen que la esperanza de vida de ese sector poblacional sea inferior al nacional; es decir, los niños de 0 a 17 años de esos estados tienen hasta tres veces menos oportunidades de sobrevivir, crecer saludables y educarse. Sí a eso se le suma una tasa de analfabetismo cercana del 40% en la población mayor a los 15 años de edad, se apreciará que la región sur-sureste es también una zona expulsora de la población.
Entre 1995 y 2000 emigraron hacia fuera de los estados de la región 1.26 millones de personas, principalmente a las zonas urbanas de esa misma zona, a las mega urbes del país o a la frontera norte, lo que produce un círculo vicioso de miseria, y que lleva consigo otros problemas como inseguridad pública, desempleo, falta de espacios de vivienda, de oportunidades de acceso a la educación, al esparcimiento, entre otros.
Ante este complejo panorama, en el que los esfuerzos gubernamentales en materia de educación y salubridad social, parecen insuficientes, se ha sumado en años recientes la iniciativa privada, que sí bien ha apoyado, lo ha hecho con sus propias condiciones como son la obtención de amplios beneficios fiscales y reconocimiento público mediático.
Por ello es necesaria una participación más activa e integral de organizaciones no gubernamentales, entre ellas la iglesia cristiana, cuyo apoyo históricamente ha sido desinteresado a favor de las causas sociales.
Si bien es cierto que el pueblo cristiano evangélico es también una minoría poblacional (según datos del INEGI, sólo el 8% de los mexicanos profesan esta fe), es al mismo tiempo, uno de los más organizados, pues ante la subsecretaría de Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación existen más de 3 mil 400 asociaciones religiosas de corte cristiano-bíblico-evangélico registradas.
La labor de estas iglesias y organizaciones cristianas, aunque limitada, ha sido de gran bendición para el país: desde apoyo material en casos de emergencia hasta apoyo regular a segmentos urbanos marginados de la población (niños de la calle, huérfanos, alcohólicos, drogadictos, etc.) en organizaciones de Asistencia Privada o Asociaciones Civiles como Compassión, World Vision, Ministerios de Amor, Ministerios Alcance Victoria o en su momento, Hogar Dulce Hogar, por mencionar sólo algunos.
También muchos grupos han organizado con regularidad campañas médicas rurales y suburbanas; sin embargo poco se ha hecho hasta ahora, o mejor dicho, pocos son los que se han involucrado en la labor educativa fija “extra templos”. Aquí es donde el papel de la iglesia cristiana debe ser fundamental. La Palabra es clara cuando dice: “Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él”. (Proverbios 22.6)
Los primeros esfuerzos realizados hace ya más de una década tuvieron como pilar los llamados comedores, donde se les brindaba a niños de escasos recursos una o más comidas a la semana al tiempo de que éstos debían comprometerse, de alguna u otra manera, a llevar un programa de apoyo en sus tareas escolares. El éxito de ese programa fue visible, pero hacía falta algo más… como se señaló con anterioridad, una visión más integral.
¿Cómo? Para empezar no se trata de hacer mera obra social. No es dar recursos económicos a una causa sin verificar su destino final y su uso: sino vigilar estrictamente el uso racional de los recursos económicos otorgados en el corto, mediano y largo plazo.
Además, debe hacerse una observancia también minuciosa de los beneficiarios. No es sólo darles de comer a los niños y ayudarles con sus tareas, sino preocuparse verdaderamente por el bienestar de los infantes, así como de su relación familiar, de su avance académico y del mejoramiento de sus necesidades primarias y secundarias sin desatender su área espiritual.
Los cristianos debemos primeramente de predicar con el ejemplo antes que con el dinero. No se debe de condicionar el apoyo un niño sí este no “recibe a Cristo antes”; hacer esto sería semejante a lo que hizo la iglesia católica en la época colonial. Se debe en cambio esperar y creer también lo que dice en Isaías 55:11 “así será la Palabra que sale de mi boca; no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”, es decir, que el Señor toca los corazones de todos en su tiempo.
Por ello también debe hacerse una selección de los recursos humanos interesados en la participación de proyectos, donde éstos últimos rindan cuentas cotidianamente de sus avances en la que es una de las labores más nobles: la enseñanza y el apoyo a la niñez. Donde los hermanos que ministren tanto secular como espiritualmente a los niños se esfuercen no sólo en plantar, sino en cuidar esa semilla hasta verla germinar, crecer y llevar fruto para la gloria de nuestro Dios.
El pueblo cristiano debe en estos últimos tiempos de asumir su papel y misión de llevar las buenas noticias hasta el último rincón del país. El reto es grande, sí, pues como señaló el PNUD, hay comunidades en México que se encuentran entre las más paupérrimas del planeta.
Y antes que concentrarnos en cifras micro y macroeconómicas, lo que se debe ver primeramente son las almas de estas personas, especialmente los niños que viven no sólo en una pobreza material, sino también espiritual; pues nuestro deber es ayudarles física y materialmente para que lleguen a situar en el centro de su vida a Jesucristo.