domingo, 24 de diciembre de 2006

Antojos Tapatíos

Cuando era niño, dado que gran parte de mi parentela vive en la ciudad de Guadalajara, mis visitas a la Perla Tapatía eran no sólo habituales, sino que las consideraba particularmente largas al punto de verlas como una suerte de exilio, donde llegaba hasta a contar los días para poder regresar a Chilangolandia con una ansiedad casi comparable a la de los balceros cubanos que se lanzan hacia la Florida.
Con la primera juventud (léase antes de llegar a los 20's) pasó lo opuesto; aprovechaba cualquier ocasión para irme a la gloriosa ciudad de Guanatos y pasar allí el mayor tiempo posible acompañado de mis primos —los que son mis contemporáneos en edad, debo precisar— (Veros, Dulce y Jos), así como de los amigos que había hecho por allá; sin embargo, tras la muerte de mi abuelita materna, muchas cosas cambiaron y esa añorable etapa llegó a su fin.

Hoy que estoy a un par de años de llegar a la numeralia de los "tas", y que por razones de trabajo no puedo gozar de vacaciones en fin de año, el poder escaparme a la ciudad en cuestión, aunque sea por una noche, es algo invaluable. Si yo fuese un poeta, haría una oda o al menos una prosa de mi ciudad natal, pero como no lo soy, me concretaré en narrarles y describirles un poco de lo vivido:

Quizá sea por la nostalgia o por alguna de las misteriosas "profundidades del pan tostado" —léase no tengo ni la más remota idea del por qué— pero en esta visita he gozado de los pequeños detalles como el caminar por las calles con mosaicos multicolores, aspirar la dulce fragancia de los árboles de naranja o guarecerme en la sombra de los inmensos ficus.

Así como de ir a aquella iglesia en la que fui presentado de bebé —¡¡¡a pie!!!— puesto que está en la misma calle en la que vivo, o lo mejor de todo, desayunar en casa de mi tía Noemí sus maravillosos huevos con salsa y frijoles acompañados de un birote.

Hoy por la tarde que llegué, una vez que literalmente arrojé mi maleta a la recámara, bajé presuroso las escaleras de la casa de mis abuelos para dirigirme al mercado de Santa Tere para buscar satisfacer algunos de mis antojos.

Primeramente llegué al local de "las titas" a pedir un jugo de lima... simplemente exquisito... fue como recuperar parte de mi espíritu. Además debo comentar que entre las propiedades de dicha bebida se encuentran no sólo el vasto recurso de la vitamina "C", sino que además es excelente como desintoxicante de los intestinos; mejor que el Yakult... ¡ehhh!.

Después me dirigí a uno de los negocios aledaños para ordenar un "lonche de pierna", pero debido a la hora (4:30 P.M.) eso fue imposible, por lo que decidí salir a caminar por entre los cientos de lonas y ambulantes que pululan en el àrea y fue entonces que me encontré con un señor que vendía tejuino con nieve.

Ésta es una refrescante bebida de origen huichol que consiste de maíz sancochado, piloncillo, sal de grano, limón, y como ingrediente extra se le añade una enorme bola de nieve de limón. Es poco agradable a la vista sin duda, pero una vez que se prueba, el sabor es cautivante y no hay nada mejor para tomar en una tarde soleada.

Caminando ya de camino a casa de mi tía me encontré con la famosa birriería de Santa Tere, un restaurante-museo de las Chivas rayadas... el olor de la birria de chivo me hizo salivar pero tuve que resistir la tentación. Seguí caminando y me encontré con dos tostaderías cuyas especialidades son las tostadas de pata de cerdo y las de cueritos. Este par de especialidades no figuran de entre mis favoritas, pero conozco a algunos que el sólo mencionarlas les provoca singular alegría.

Finalmente, no podrìan faltar los numerosos puestos de tortas ahogadas... Mañana será el día de degustarlas...

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