"El amor es lo más parecido a una guerra y ésta es la única en que es indiferente vencer o ser vencido, porque siempre se gana".
-Francisco Benavente, dramaturgo español.
Innumerables son, pienso, los filmes que tratan la temática de un romance en medio de tiempos adversos como los de un conflicto bélico. Algunos han sido memorables como Casablanca (EU. 1942), o La Guerra y la Paz (War and Peace, EU. 1956); otros, bodrios como En el Emor y la Guerra (In Love and War, EU. 1996), o La Mandolina del Capitán Corelli (Captain Corelli's Mandolin, EU-Grecia. 2001); y también existen aquellos que pasaron sin pena ni gloria como Pearl Harbor (EU. 2001), o Amor Eterno (Un long dimanche de fiancailles, Francia. 2003), entre muchas otras.
Zélary, o Amor sin Fronteras es un largometraje que explota nuevamente esta temática, pero lo hace, no de una manera melosa y rimbombante como los melodramas norteamericanos, sino de una forma más cruda y sin los clásicos “pastelazo” y/o beso devorante antes de los créditos.
Esta cinta de origen checo fue nominada al Premio de la Academia de Artes Visuales y Ciencias (conocido vulgarmente como OSCAR) como mejor película extranjera en el año 2003, y no fue sino hasta el año pasado que llegó, de manera muy efímera por cierto, a las carteleras de los cines de nuestro país.
Sin embargo, la distribuidora Filmhouse, una de las que mayor número de filmes no-hollywoodenses saca al mercado mexicano, ha llevado al formato DVD este filme, y para sorpresa muy grata, lo encontré a la renta en un Blockbuster.
Basado en la novela de Kvìta Legátová, la cinta dirigida por Ondrej Trojan, se sitúa en 1940 en la entonces República Checoslovaca, ya para entonces ocupada por las fuerzas del Tercer Reich –se pronuncia Raij–, bajo este escenario, surgen los personajes de dos jóvenes: Eliska (Ana Geislerová) y su novio Richard (Ivan Trojan), quienes son enfermera y médico, respectivamente, pero además ambos pertenecen al movimiento de la resistencia a la ocupación.
Una noche, un hombre es llevado al hospital donde trabajan, y éste, además de requerir de una cirugía, también necesita de una transfusión, y claro, Eliska es la única con su mismo tipo de sangre.
Entonces la historia da un giro y encontramos a la protagonista sola ya que a su novio lo detuvo la Gestapo –la policía secreta de los nazis–, y para evitar que su destino sea semejante, algunos de sus amigos le cambian la identidad y la mandan a las montañas para ocultarla de una manera un tanto extrema, es decir, casándola con el paciente al que ella donó su sangre, Joza (György Cserhalmi), hombre de más de 50 años de edad, de modales y estilo de vida muy rústicos.
Para que se den una idea de la forma de vida, hagan de cuenta que la pareja vive en la cima de una colina, un lugar donde parece que el tiempo se ha detenido por más de cien años, y en una cabaña casi idéntica a la del abuelo de Heidi, pero eso sí, sin el glamour de las cabras saltarinas, los abetos susurrantes, el perro “Niebla” y los chiflidos del pastorcillo, Pedro.
–Para los que no recuerdan, o no quieren recordar, se trata de una caricatura japonesa, que fue transmitida muchas veces por canal 5, es más, hasta hubo un certamen de belleza infantil denominado “Niña Heidi”–.
Aquí es donde se centra lo medular de la trama. Comenzando con los primeros encontronazos de la protagonista con su nueva realidad, no sólo de refugiada, sino de pueblerina y de esposa de alguien a quien no conoce, y mucho menos ama; siguiendo con el dilema existencial de mantener un bajo perfil, o ayudar a otros con su profesión; y por si eso fuera poco, de tener que cocinar todas las noches, algo que, según se deja ver, le es materia desconocida. En otras palabras, todo un dilema digno del sheakespereano drama de Hamlet.
Todo esto me lleva de nuevo al epígrafe que coloqué al inicio de esta reseña. La afirmación que Benavente hace acerca del amor, puede ser cuestionada, pero aseverada.
Zélary es una película de amor, de amor ganado a pulso con el paso de los días, de honestidad, de los detalles, es decir, a aquellas pequeñas cosas de las que está hecha la vida y que el personaje de Joza "expresa sin flores" –como diría un amigo mío–, pero que se ganan el corazón de la que ya es, jurídicamente, su esposa.
Pero no sólo eso, ejemplifica también con singular realismo que el enamoramiento no es sólo aquella etapa de conquista y mariposas en el estómago; sino también cuando hay épocas de enfermedad, de carestía, de rencor cuando alguien falta el respeto a tu amad@, de tener un nudo en la garganta cuando las cosas no van bien o no salen como uno las planea… así como de felicidad cuando puedes hacer bien por primera vez aquel platillo que al amad@ le gusta, y de otras tantas satisfacciones, independientemente del tiempo que éstas duren.
Una escena que me parece inolvidable y me sigue produciendo mucha gracia, es la de una niña que va a la iglesia y le dice al sacerdote (Miroslav Donutil), con una certeza que sólo tienen los pequeños cuando encuentran el “hilo negro”, que si quiere ver la parroquia llena todos los domingos, debe remplazar esas insípidas hostias (obleas) por chocolates –Gracias a Dios que ya existen y que no hay que ser católico para disfrutarlas–.
Finalmente, las locaciones, increíbles paisajes y la mano a veces lenta del director hacen que te compenetres, no sólo con los personajes y la trama, sino también con la República Checa… algo que va más allá del encanto medievo-renacentista de Praga, la obra de Franz Kafka, o los compases de la ópera mozartiana “Don Giovanni”.
FICHA TÉCNICA: Amor sin Fronteras (Zélary).
Dirección: Ondrej Trojan.
-Francisco Benavente, dramaturgo español.
Innumerables son, pienso, los filmes que tratan la temática de un romance en medio de tiempos adversos como los de un conflicto bélico. Algunos han sido memorables como Casablanca (EU. 1942), o La Guerra y la Paz (War and Peace, EU. 1956); otros, bodrios como En el Emor y la Guerra (In Love and War, EU. 1996), o La Mandolina del Capitán Corelli (Captain Corelli's Mandolin, EU-Grecia. 2001); y también existen aquellos que pasaron sin pena ni gloria como Pearl Harbor (EU. 2001), o Amor Eterno (Un long dimanche de fiancailles, Francia. 2003), entre muchas otras.
Zélary, o Amor sin Fronteras es un largometraje que explota nuevamente esta temática, pero lo hace, no de una manera melosa y rimbombante como los melodramas norteamericanos, sino de una forma más cruda y sin los clásicos “pastelazo” y/o beso devorante antes de los créditos.
Esta cinta de origen checo fue nominada al Premio de la Academia de Artes Visuales y Ciencias (conocido vulgarmente como OSCAR) como mejor película extranjera en el año 2003, y no fue sino hasta el año pasado que llegó, de manera muy efímera por cierto, a las carteleras de los cines de nuestro país.
Sin embargo, la distribuidora Filmhouse, una de las que mayor número de filmes no-hollywoodenses saca al mercado mexicano, ha llevado al formato DVD este filme, y para sorpresa muy grata, lo encontré a la renta en un Blockbuster.
Basado en la novela de Kvìta Legátová, la cinta dirigida por Ondrej Trojan, se sitúa en 1940 en la entonces República Checoslovaca, ya para entonces ocupada por las fuerzas del Tercer Reich –se pronuncia Raij–, bajo este escenario, surgen los personajes de dos jóvenes: Eliska (Ana Geislerová) y su novio Richard (Ivan Trojan), quienes son enfermera y médico, respectivamente, pero además ambos pertenecen al movimiento de la resistencia a la ocupación.
Una noche, un hombre es llevado al hospital donde trabajan, y éste, además de requerir de una cirugía, también necesita de una transfusión, y claro, Eliska es la única con su mismo tipo de sangre.
Entonces la historia da un giro y encontramos a la protagonista sola ya que a su novio lo detuvo la Gestapo –la policía secreta de los nazis–, y para evitar que su destino sea semejante, algunos de sus amigos le cambian la identidad y la mandan a las montañas para ocultarla de una manera un tanto extrema, es decir, casándola con el paciente al que ella donó su sangre, Joza (György Cserhalmi), hombre de más de 50 años de edad, de modales y estilo de vida muy rústicos.
Para que se den una idea de la forma de vida, hagan de cuenta que la pareja vive en la cima de una colina, un lugar donde parece que el tiempo se ha detenido por más de cien años, y en una cabaña casi idéntica a la del abuelo de Heidi, pero eso sí, sin el glamour de las cabras saltarinas, los abetos susurrantes, el perro “Niebla” y los chiflidos del pastorcillo, Pedro.
–Para los que no recuerdan, o no quieren recordar, se trata de una caricatura japonesa, que fue transmitida muchas veces por canal 5, es más, hasta hubo un certamen de belleza infantil denominado “Niña Heidi”–.
Aquí es donde se centra lo medular de la trama. Comenzando con los primeros encontronazos de la protagonista con su nueva realidad, no sólo de refugiada, sino de pueblerina y de esposa de alguien a quien no conoce, y mucho menos ama; siguiendo con el dilema existencial de mantener un bajo perfil, o ayudar a otros con su profesión; y por si eso fuera poco, de tener que cocinar todas las noches, algo que, según se deja ver, le es materia desconocida. En otras palabras, todo un dilema digno del sheakespereano drama de Hamlet.
Todo esto me lleva de nuevo al epígrafe que coloqué al inicio de esta reseña. La afirmación que Benavente hace acerca del amor, puede ser cuestionada, pero aseverada.
Zélary es una película de amor, de amor ganado a pulso con el paso de los días, de honestidad, de los detalles, es decir, a aquellas pequeñas cosas de las que está hecha la vida y que el personaje de Joza "expresa sin flores" –como diría un amigo mío–, pero que se ganan el corazón de la que ya es, jurídicamente, su esposa.
Pero no sólo eso, ejemplifica también con singular realismo que el enamoramiento no es sólo aquella etapa de conquista y mariposas en el estómago; sino también cuando hay épocas de enfermedad, de carestía, de rencor cuando alguien falta el respeto a tu amad@, de tener un nudo en la garganta cuando las cosas no van bien o no salen como uno las planea… así como de felicidad cuando puedes hacer bien por primera vez aquel platillo que al amad@ le gusta, y de otras tantas satisfacciones, independientemente del tiempo que éstas duren.
Una escena que me parece inolvidable y me sigue produciendo mucha gracia, es la de una niña que va a la iglesia y le dice al sacerdote (Miroslav Donutil), con una certeza que sólo tienen los pequeños cuando encuentran el “hilo negro”, que si quiere ver la parroquia llena todos los domingos, debe remplazar esas insípidas hostias (obleas) por chocolates –Gracias a Dios que ya existen y que no hay que ser católico para disfrutarlas–.
Finalmente, las locaciones, increíbles paisajes y la mano a veces lenta del director hacen que te compenetres, no sólo con los personajes y la trama, sino también con la República Checa… algo que va más allá del encanto medievo-renacentista de Praga, la obra de Franz Kafka, o los compases de la ópera mozartiana “Don Giovanni”.
FICHA TÉCNICA: Amor sin Fronteras (Zélary).
Dirección: Ondrej Trojan.
Intérpretación: Ana Geislerová, György Cserhalmi, Miroslav Donutil, Ivan Trojan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario